25 mayo, 2012

Burrocracia: I. Autovisado. Ese sambenito

  Imaginaos por un momento la siguiente escena, en una sala de justicia el juez dicta sentencia: Y debemos condenar, y así lo hacemos a fulanito a la pena de... Tras ello estampa su firma se levanta y da unos pocos pasos hacia la salida exageradamente marcados, se para en seco, se gira y deshace el camino. Se sienta de nuevo en la mesa, se cala las gafas y, tras una breve pausa, pronuncia en voz alta: esta sentencia está muy bien dictada y así me lo ratifico a mi mismo

  Lo más probable es que acto seguido, se dirigiera con una sonrisilla avergonzada para excusarse ante el anonadado público: "es que me han dado la orden de que lo haga así". No se lo que opinarían de ese juez los presentes, pero estoy seguro de que él no se sentiría muy digno. Pues bien, los médicos de familia hacemos esto a diario: Me estoy refiriendo, por supuesto, al autovisado.

  Cuando comencé a escribir el presente artículo quería hacer una relación de los muy justificados motivos de queja; haciendo hincapié en aquellos que se distinguen por su carácter vejatorio, que nos asisten a los médicos de atención primaria. No tardé en percatarme de que el catálogo de éstos es tan extenso, variado e intrincado, que resulta difícil no dispersarse y aturullarse para, al final, querer decir tanto que no se entiende nada. Por eso he decidido elegir el más representativo de todos los escarnecedores bodrios inventados, en este caso por la Comunidad de Madrid.

  Tampoco quiero abundar en lo mucho que se ha escrito ya sobre este particular. Aconsejo a quien quiera informarse que consulte las entradas; no demasiadas pero muy ilustrativas, que aparecen en Google bajo el termino "autovisado".


  Mi única intención es reavivar el tema con la esperanza de que entre todos consigamos algún día eliminar este dichoso esperpento, y para ello expongo mis vivencias y mis argumentos, absolutamente personales y discutibles.

  Los visados existen desde la misma creación del Instituto Nacional de Previsión (INP) en 1908, germen de la que sería una progresiva estatalización de la atención sanitaria en España. Su finalidad desde el principio ha sido el control de determinadas prestaciones, fundamentalmente farmacéuticas; pero no solo éstas, que por sus características excepcionales requieren condiciones especiales para su manejo, aunque también desde el principio el coste de la prestación en cuestión ha tenido su peso en el momento de establecer que productos debían ser sometidos a ese control especial.

  Progresivamente la cobertura de la asistencia pública sanitaria se fue extendiendo a una cada vez mayor parte de la población, sobre todo a partir de la creación del Seguro Obligatorio de Enfermedad (SOE) en 1942 e igualmente se fue ampliando el catálogo de prestaciones. En consecuencia el gobierno consideró necesario establecer un mayor control de las mismas y en 1946 se crea el Cuerpo de Inspección para; algo más tarde, en 1974, conferir a cada uno de sus miembros la consideración de autoridad.

  Durante ese mismo periodo la actividad de atención primaria la desarrolla, sobre todo en las grandes urbes, el médico de cupo que, sin animo de juzgar su competencia; en la mayoría de casos mediatizada por las circunstancias en que la desarrollan, con escasa formación siempre autodidacta, se basa en una medicina básicamente curativa y de trámite burocrático.

  Hasta ahi podría considerarse; siempre presto a discusión, en alguna medida justificado que se estableciera una mayor intervención de la inspección médica sobre las prestaciones que ofrecía el médico general, asi como cierto agravio comparativo a favor de los especialistas que disfrutaban de una mejor formación y un mayor respaldo científico e institucional.
  
Comienza el periodo democrático y se suceden una serie de reformas, a las que no es ajena la sanidad, que culminan con la aparición de la primera promoción de médicos de familia en 1982 y, su consecuencia lógica, las zonas básicas de atención primaría y la aparición de los primeros centros de salud.


  Y aquí es donde comienza lo chocante de este asunto, y no quiero entrar en la relación de decepciones de todo tipo que hemos tenido que digerir desde esos comienzos. No. Quiero centrarme básicamente en lo que atañe a la permanencia hoy de los visados y sus connotaciones degradantes. 

  Si desde el principio las autoridades airean a los cuatro vientos que la Atención Primaria es el puntal de la Sanidad, y presumen de la excelente formación de los Médicos de Familia y de la extraordinaria labor que desarrollamos, ¿por que carajo seguimos con esos humillantes visados?, que cuando no cuestionan nuestra competencia; la necesidad del informe del especialista para el clopidogrel, cuestionan nuestra ética profesional; el infumable caso del Proscar®,  y cuando ni una ni otra, entonces ponen a prueba nuestra paciencia y nuestra cordura; medias elásticas de compresión fuerte si y de compresión normal no... (?)
  
  Reconozco que soy especialmente sensible con todo aquello que atenta contra mi dignidad. Creo que hay que defenderla con firmeza porque es lo único que te queda cuando te lo han quitado todo; y ¡buen celo que dedican nuestros superiores a esa rapaz labor!
  
  En su momento les expuse mis tribulaciones al resto de mis colegas de equipo, que en principio me miraron como a un bicho raro, aunque terminaron por consentir en la firma de la carta, que yo mismo había elaborado con nuestras quejas, dirigida a nuestro gerente, con el ruego de que se encargara de hacerla llegar a su vez a más altas jerarquías. Al poco, éste me llamó personalmente para disuadirme de llevarlo a cabo con la amenaza de que se nos retirarían las atribuciones y el visado pasaría de nuevo a realizarlo la Inspección Médica. A mi casi me da un ataque de risa; ¡menuda amenaza! quitarnos de encima el rollo ese..., sorprendentemente, cuando se lo trasmití a mis compañeros, no les pareció oportuno seguir adelante. 


  Nuevamente me quedé solo con este asunto e intenté hacer la guerra por mi cuenta. Comencé a plasmar en las recetas dos rubricas totalmente diferentes; en el cuerpo de la receta una y en la casilla destinada al autovisado la otra, con la esperanza de que se me pidieran explicaciones, a las que tenía pensado responder que para ser mi propio supervisor tenia que sufrir un desdoblamiento de personalidad y por eso me salía distinta firma. Lo más gracioso es que alguna de esas recetas fue dispensada sin problema, pero en la farmacia se daban cuenta casi siempre del "error" y el paciente tenía que volver a que se lo arreglara. No estaba dispuesto a implicar a los pacientes en esa batalla, que además la mayoría no conseguirían entender, así que desistí.

  Seguí durante un tiempo pensando en que otras estratagemas podía tomar, cuando un día recibimos la notificación de que, aunque el texto del autovisado seguiría apareciendo, al menos ya no tendríamos que firmar dos veces. Supongo que en tal decisión influirían las intrigas del recién creado Grupo Anti Burocracia (GAB), y una llamada a la cordura ante un asunto de tan extrema ridiculez, que no me extrañaría que hasta los miembros de La Administración sintieran que de algún modo también les salpicaba.

  Esto ocurría en 2009; tres años después de la aparición del bodrio. Han pasado otros tres años y no hemos avanzado nada, y creo sinceramente que ha llegado el momento de reivindicar que el autovisado desaparezca del todo. Y lo propongo no solo por lo que de "simbólico" atentado contra la dignidad tiene, sino porque en breve se va a instaurar la receta electrónica y, como sigan convencidos de que el autovisado es requisito indispensable, no se que inventarán sus cabecillas para tocarnos las pelotillas. Me imagino diabluras como tener que enviar un SMS a los despachos de farmacia, o que solo para esas prescripciones en concreto el paciente tenga que acudir personalmente a la consulta; cualquiera sabe...

  Además está el calderoniano tema de la honra, porque el autovisado desflora cada día a mi hija predilecta; mi inteligencia y no hace nada para compensarme del mancillamiento. Por eso hay que acabar con ese violador; tal como hizo el famoso alcalde, sin esperar la perezosa intervención de la autoridad pertinente.

  Puede que algunos piensen que en la "Edad de silicio", en la que todo se cuantifica, esos valores no mensurables como: honestidad, generosidad, decencia, altruismo, dedicación, tesón, diligencia... no son más que pura cháchara nostálgica, que hay cosas más importantes que defender. Y no podré estar más de acuerdo con eso, pero los símbolos no son un asunto baladí. Por símbolos como cruces latinas o gamadas, estrellas de más o menos puntas, medias lunas, hoces, martillos, antorchas... y, en fin, toda la gama cromática, algunos han sufrido encierro y otros se han dejado morir y ciertos grupos han sido perseguidos y muertos; en algunos casos hasta casi el exterminio. 

  ¿Sigue pareciéndoos un tema manido, ligado a un romántico pasado? ¿Y si, trasladándolo a la actualidad, os digo que estoy hablando de autoestima?

  Todo eso lo saben muy bien las malas gentes. Lo sabía la Gestapo y lo dominaba la "Santa" Inquisición que, no conformes con flagelar, desarticular, abrasar y empalar, le colgaban al pobre condenado el sambenito para acabar minando la poca firmeza que aun le quedara.

  Si digo que el autovisado es para mi como llevar un sambenito, tal vez no se me entienda bien; seguro que  alguno incluso llegaría a decir "Oye, pues mola el poncho ese". Por eso, utilizando una imagen más actual, os diré que no me sentiría peor si en lugar del autovisado me obligaran a pasar la consulta con un vestido de cola amarillo, con grandes lunares verdes y rosas.

  Por favor, compañeros, unamos nuestras fuerzas para quitarnos ese sambenito.

  ¡NO INCONDICIONAL AL AUTOVISADO! 
  
Alfredo Falcó Sales, 2012

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