26 julio, 2013

Muertos de clase turista

   Según los datos de que disponemos puede decirse que en España fallecen a diario alrededor de seiscientos habitantes. La mayor parte de ellos lo hacen por lo que ha venido en llamarse causas naturales: personas a las que les llega su hora debido a su avanzada edad, enfermedades malignas y consuntivas o deletereas. En estos casos tanto el presunto difunto como la familia y los medios sanitarios y sociales se enfrentan a la muerte inminente con toda la discreción y dignidad que las circunstancias permiten. La familia y allegados viven en soledad su pena con el unico apoyo y comprensión de los más cercanos. Ni son noticia, ni los politicos se preocupan personalmente de estas perdidas más allá de su consideración como datos estadísticos.

   De esas seiscientas muertes diarias aproximadamente cincuenta corresponden a lo que el INE define como "por causas externas"; lo que más gráficamente conocemos como muertes violentas. El dolor que supone la pérdida de un ser querido es especialmente intenso en estas circunstancias, en que la muerte se ceba de forma súbita e inesperada con una persona joven y sana. El especial e intenso desconsuelo de los familiares es comprensible, siendo aun mayor cuando un padre tiene que enterrar a su hijo, o una madre ha de dejar al cuidado de un familiar a sus dos pequeños para acudir al entierro de su joven esposo. Y aunque hoy tratamos básicamente de muertes, no debemos olvidar que éstas no son más que la punta del iceberg de toda una serie de lesiones traumáticas más o menos invalidantes.

   Muchos de estos eventos supondrán la irreversible desestructuración del nucleo familiar, pero tampoco éstos reciben ningún trato ni consideración especial por parte de los politicos ni los medios de difusión; al fin y al cabo son casos aislados aquí y allá dispersos por toda la geografía. Poco o ningún esfuerzo se invierte en averiguar las causas o tratar de poner remedio a estas quince mil muertes anuales. Ni siquiera ante el impacto del incremento de la violencia de genero, o de los "silenciados" suicidios en constante alza, las autoridades y los medios dan una respuesta proporcional.

   Ayer fallecieron por causas violentas 50 + 80 (las del accidente ferroviario de Santiago) personas. Además, con unos treinta heridos en estado crítico, desgraciadamente esas 80 victimas tal vez se vean incrementadas en los días sucesivos, y también algunos de ésos sobrevivan viendo afectado su futuro por secuelas de mayor o menor importancia.

   Politicos y periodistas nos bombardearon ayer y aun siguen hoy, estos con el ánimo de cobrar notoriedad o aumentar las tiradas, las cuotas de audiencia o de pantalla, proporcionando carnaza a un público ávido de morbo; y aquellos para tener buen cuidado de salir bien en la foto en una suerte de precampaña electoral. Como ocurre siempre en estos accidentes catastróficos, unos y otros pugnan por cobrar protagonsimo, robándoselo a las victimas y sus familiares, convirtiendo el desgraciado y fatal acontecimiento en poco más que un espectáculo circense.

   Me alegro de que los familiares afectados hayan recibido todo el apoyo y toda la comprensión que merecen; y vaya para ellos también mi condolencia, porque quiero creer que entre toda esa avalancha de manifestaciones, acercamientos y ofrecimientos han prevalecido los verdaderamente generosos, sinceros y desinteresados. Pero tengo una tendencia innata a ponerme siempre a favor de los más débiles, afligidos, menesterosos e injustamente tratados. Por eso mi queja es en favor de las otras victimas de accidentes, y no solo de ayer sino de a diario.

   ¿Por qué no se dirige el señor Rajoy a la viuda del obrero, que murió ayer electrocutado en la fábrica, para decirle que se pondrán todos los medios para averiguar las causas y buscar responsables?

  ¿Por qué no manifiesta su condolencia y asegura que no van a estar solos a los padres del suicida de dicisiete años?

   ¿Por qué no se persona en casa de la familia de la última victima de violencia de genero para abrazarles y asegurarles que se van a incrementar los medios para evitar esas desgracias?

   ¿Por qué seguimos viendo ramos de flores y cruces al borde de las carreteras o esos ofensivos carteles de "TRAMO DE CONCENTRACIÓN DE ACCIDENTES"?

   ¿Por qué  hemos decidido que merecen toda nuestra atención los 80 fallecidos de un día en concreto y no los 15.000 de todo el año?

   En fin, los acontecimientos como el de ayer refuerzan mi idea de que para todo ha de haber clases, como la de esos cincuenta anónimos accidentados diarios; muertos de segunda o, como dice la RENFE, de clase turista.



 Alfredo Falcó Sales, 2013


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