25 mayo, 2012

Burrocracia: I. Autovisado. Ese sambenito

  Imaginaos por un momento la siguiente escena, en una sala de justicia el juez dicta sentencia: Y debemos condenar, y así lo hacemos a fulanito a la pena de... Tras ello estampa su firma se levanta y da unos pocos pasos hacia la salida exageradamente marcados, se para en seco, se gira y deshace el camino. Se sienta de nuevo en la mesa, se cala las gafas y, tras una breve pausa, pronuncia en voz alta: esta sentencia está muy bien dictada y así me lo ratifico a mi mismo

  Lo más probable es que acto seguido, se dirigiera con una sonrisilla avergonzada para excusarse ante el anonadado público: "es que me han dado la orden de que lo haga así". No se lo que opinarían de ese juez los presentes, pero estoy seguro de que él no se sentiría muy digno. Pues bien, los médicos de familia hacemos esto a diario: Me estoy refiriendo, por supuesto, al autovisado.

  Cuando comencé a escribir el presente artículo quería hacer una relación de los muy justificados motivos de queja; haciendo hincapié en aquellos que se distinguen por su carácter vejatorio, que nos asisten a los médicos de atención primaria. No tardé en percatarme de que el catálogo de éstos es tan extenso, variado e intrincado, que resulta difícil no dispersarse y aturullarse para, al final, querer decir tanto que no se entiende nada. Por eso he decidido elegir el más representativo de todos los escarnecedores bodrios inventados, en este caso por la Comunidad de Madrid.

  Tampoco quiero abundar en lo mucho que se ha escrito ya sobre este particular. Aconsejo a quien quiera informarse que consulte las entradas; no demasiadas pero muy ilustrativas, que aparecen en Google bajo el termino "autovisado".


  Mi única intención es reavivar el tema con la esperanza de que entre todos consigamos algún día eliminar este dichoso esperpento, y para ello expongo mis vivencias y mis argumentos, absolutamente personales y discutibles.

  Los visados existen desde la misma creación del Instituto Nacional de Previsión (INP) en 1908, germen de la que sería una progresiva estatalización de la atención sanitaria en España. Su finalidad desde el principio ha sido el control de determinadas prestaciones, fundamentalmente farmacéuticas; pero no solo éstas, que por sus características excepcionales requieren condiciones especiales para su manejo, aunque también desde el principio el coste de la prestación en cuestión ha tenido su peso en el momento de establecer que productos debían ser sometidos a ese control especial.

  Progresivamente la cobertura de la asistencia pública sanitaria se fue extendiendo a una cada vez mayor parte de la población, sobre todo a partir de la creación del Seguro Obligatorio de Enfermedad (SOE) en 1942 e igualmente se fue ampliando el catálogo de prestaciones. En consecuencia el gobierno consideró necesario establecer un mayor control de las mismas y en 1946 se crea el Cuerpo de Inspección para; algo más tarde, en 1974, conferir a cada uno de sus miembros la consideración de autoridad.

  Durante ese mismo periodo la actividad de atención primaria la desarrolla, sobre todo en las grandes urbes, el médico de cupo que, sin animo de juzgar su competencia; en la mayoría de casos mediatizada por las circunstancias en que la desarrollan, con escasa formación siempre autodidacta, se basa en una medicina básicamente curativa y de trámite burocrático.

  Hasta ahi podría considerarse; siempre presto a discusión, en alguna medida justificado que se estableciera una mayor intervención de la inspección médica sobre las prestaciones que ofrecía el médico general, asi como cierto agravio comparativo a favor de los especialistas que disfrutaban de una mejor formación y un mayor respaldo científico e institucional.
  
Comienza el periodo democrático y se suceden una serie de reformas, a las que no es ajena la sanidad, que culminan con la aparición de la primera promoción de médicos de familia en 1982 y, su consecuencia lógica, las zonas básicas de atención primaría y la aparición de los primeros centros de salud.


  Y aquí es donde comienza lo chocante de este asunto, y no quiero entrar en la relación de decepciones de todo tipo que hemos tenido que digerir desde esos comienzos. No. Quiero centrarme básicamente en lo que atañe a la permanencia hoy de los visados y sus connotaciones degradantes. 

  Si desde el principio las autoridades airean a los cuatro vientos que la Atención Primaria es el puntal de la Sanidad, y presumen de la excelente formación de los Médicos de Familia y de la extraordinaria labor que desarrollamos, ¿por que carajo seguimos con esos humillantes visados?, que cuando no cuestionan nuestra competencia; la necesidad del informe del especialista para el clopidogrel, cuestionan nuestra ética profesional; el infumable caso del Proscar®,  y cuando ni una ni otra, entonces ponen a prueba nuestra paciencia y nuestra cordura; medias elásticas de compresión fuerte si y de compresión normal no... (?)
  
  Reconozco que soy especialmente sensible con todo aquello que atenta contra mi dignidad. Creo que hay que defenderla con firmeza porque es lo único que te queda cuando te lo han quitado todo; y ¡buen celo que dedican nuestros superiores a esa rapaz labor!
  
  En su momento les expuse mis tribulaciones al resto de mis colegas de equipo, que en principio me miraron como a un bicho raro, aunque terminaron por consentir en la firma de la carta, que yo mismo había elaborado con nuestras quejas, dirigida a nuestro gerente, con el ruego de que se encargara de hacerla llegar a su vez a más altas jerarquías. Al poco, éste me llamó personalmente para disuadirme de llevarlo a cabo con la amenaza de que se nos retirarían las atribuciones y el visado pasaría de nuevo a realizarlo la Inspección Médica. A mi casi me da un ataque de risa; ¡menuda amenaza! quitarnos de encima el rollo ese..., sorprendentemente, cuando se lo trasmití a mis compañeros, no les pareció oportuno seguir adelante. 


  Nuevamente me quedé solo con este asunto e intenté hacer la guerra por mi cuenta. Comencé a plasmar en las recetas dos rubricas totalmente diferentes; en el cuerpo de la receta una y en la casilla destinada al autovisado la otra, con la esperanza de que se me pidieran explicaciones, a las que tenía pensado responder que para ser mi propio supervisor tenia que sufrir un desdoblamiento de personalidad y por eso me salía distinta firma. Lo más gracioso es que alguna de esas recetas fue dispensada sin problema, pero en la farmacia se daban cuenta casi siempre del "error" y el paciente tenía que volver a que se lo arreglara. No estaba dispuesto a implicar a los pacientes en esa batalla, que además la mayoría no conseguirían entender, así que desistí.

  Seguí durante un tiempo pensando en que otras estratagemas podía tomar, cuando un día recibimos la notificación de que, aunque el texto del autovisado seguiría apareciendo, al menos ya no tendríamos que firmar dos veces. Supongo que en tal decisión influirían las intrigas del recién creado Grupo Anti Burocracia (GAB), y una llamada a la cordura ante un asunto de tan extrema ridiculez, que no me extrañaría que hasta los miembros de La Administración sintieran que de algún modo también les salpicaba.

  Esto ocurría en 2009; tres años después de la aparición del bodrio. Han pasado otros tres años y no hemos avanzado nada, y creo sinceramente que ha llegado el momento de reivindicar que el autovisado desaparezca del todo. Y lo propongo no solo por lo que de "simbólico" atentado contra la dignidad tiene, sino porque en breve se va a instaurar la receta electrónica y, como sigan convencidos de que el autovisado es requisito indispensable, no se que inventarán sus cabecillas para tocarnos las pelotillas. Me imagino diabluras como tener que enviar un SMS a los despachos de farmacia, o que solo para esas prescripciones en concreto el paciente tenga que acudir personalmente a la consulta; cualquiera sabe...

  Además está el calderoniano tema de la honra, porque el autovisado desflora cada día a mi hija predilecta; mi inteligencia y no hace nada para compensarme del mancillamiento. Por eso hay que acabar con ese violador; tal como hizo el famoso alcalde, sin esperar la perezosa intervención de la autoridad pertinente.

  Puede que algunos piensen que en la "Edad de silicio", en la que todo se cuantifica, esos valores no mensurables como: honestidad, generosidad, decencia, altruismo, dedicación, tesón, diligencia... no son más que pura cháchara nostálgica, que hay cosas más importantes que defender. Y no podré estar más de acuerdo con eso, pero los símbolos no son un asunto baladí. Por símbolos como cruces latinas o gamadas, estrellas de más o menos puntas, medias lunas, hoces, martillos, antorchas... y, en fin, toda la gama cromática, algunos han sufrido encierro y otros se han dejado morir y ciertos grupos han sido perseguidos y muertos; en algunos casos hasta casi el exterminio. 

  ¿Sigue pareciéndoos un tema manido, ligado a un romántico pasado? ¿Y si, trasladándolo a la actualidad, os digo que estoy hablando de autoestima?

  Todo eso lo saben muy bien las malas gentes. Lo sabía la Gestapo y lo dominaba la "Santa" Inquisición que, no conformes con flagelar, desarticular, abrasar y empalar, le colgaban al pobre condenado el sambenito para acabar minando la poca firmeza que aun le quedara.

  Si digo que el autovisado es para mi como llevar un sambenito, tal vez no se me entienda bien; seguro que  alguno incluso llegaría a decir "Oye, pues mola el poncho ese". Por eso, utilizando una imagen más actual, os diré que no me sentiría peor si en lugar del autovisado me obligaran a pasar la consulta con un vestido de cola amarillo, con grandes lunares verdes y rosas.

  Por favor, compañeros, unamos nuestras fuerzas para quitarnos ese sambenito.

  ¡NO INCONDICIONAL AL AUTOVISADO! 
  
Alfredo Falcó Sales, 2012

17 mayo, 2012

Hoy en la consulta... I. Un día cualquiera

  Inicio esta sección cuya finalidad no pretendo que sea otra que compartir todo aquello de mi quehacer profesional diario que pueda ser considerado relevante. Por ese motivo va a ser dificil que haya material para cubrir todos y cada uno de los días.

  Quiza debería haberme reservado para un dia más propicio a un atractivo estreno. Ese día excepcional en que te enfrentas al gran reto diagnóstico tras una historia clínica especialmente barroca, o aquel que te provee de material para divertir con una simpática anecdota. Ese en que te ves implicado en el lado más emotivamente humano de una historia, o esotro en que te enzarzas en cualquier enfrentamiento, catecolaminas en alto. Pero hoy no, hoy es uno de esos días en que habiendo sucedido de todo no ha acontecido nada.

  Y, sin embargo, me parece de lo más oportuno relatar este día tipo, con toda su carga de tremebunda rutina consumista salpimentada de toda suerte de inútiles y arbitrarias fórmulas burocráticas, porque no se me ocurre mejor forma de ilustrar nuestra alienante labor cotidiana.

  Como cada mañana, hoy he aparcado puntualmente en una calle cercana al centro, en el lado en el que menos sol le dará a lo largo de la mañana, más que nada para no tener que conducir a la vuelta dentro de un microoondas. Y es que, por muy temprano que llegue al centro, las plazas de sombra del parking ya están cogidas; yo creo que algunos compañeros que pasan la noche dentro del coche.

  A continuación la letanía del intercambio de futiles deseos de buenos días mientras me dirigo a la unidad administrativa y penetro en ella. Como nunca recuerdo si estoy de algún servicio, me acerco a mirar la planilla para asegurarme; hoy estoy de refuerzo. Espero no tener que actuar; últimamente estoy para que me refuercen a mí. Tras vaciar de todo tipo de papeles imaginables mi desbordante casillero, emprendo raudo el ascenso a mi consulta; a ver si me da tiempo a hacer las máximas recetas de crónicos que se amontonan día a día.

  De momento, por suerte, no me ha asaltado ningún usuario en el trayecto, de esos que incomprensiblemente se creen merecedores de un trato especial, y que con ellos no va eso de las citas y los horarios. No obstante, a pesar de que aun faltan más de quince minutos para ver al primero, ya hay seis en la sala de espera. Son tres parejas, porque mis pacientes, fieles a lo de "...en lo bueno y en lo malo, en la salud y la enfermedad...", suelen enfermar solidariamente en matrimonio.

  Al contrario de mostrar mi desgrado les gasto las manidas bromas de siempre: que si habeis venido detras del que va poniendo las calles, que si os habeis quedado encerrados esta noche en el centro, que quien tenía hoy las llaves para abrir...

  Ya en el interior oprimo el botón de encendido del ordenador, sin el que ya somos unos inutiles, y elevo una plegaria a San SERMAS para que al menos no falle el arranque. Mientras se inicia tediosamente el lentisimo equipo, a juego con el cachazudo paquete informático al que nos han condenado por nuestras malas acciones, abro el maletín y voy disponiendo estrategicamente sobre la mesa de despacho, el sello ¡bendito sello!, el tampón, bolígrafo, recetas de "pistacho" y de "fresa", folios, hojas de IT, taco de P-10, post-its... ¡Ah! y el fonendo; lo mismo hoy hasta lo uso y todo.

  Ya está la pantalla de inicio... Usuario y contraseña. Espere, por favor... Más espera... Un poquito más de por, favor... ¡Ya! Otra vez usuario y otra contraseña distinta. Espere, por favor.... ¡Ay que se atasca!... ¡Ay que no se inicia!... ¡Uf! ¡Menos mal!

  La lista de pendientes no llega a treinta y, sin embargo, casi esta llena la agenda (soy de los diez minutos incluso antes de que se creara La Plataforma) además alguno más caerá a lo largo de la mañana, pero no es un mal día.

  Quedan diez minutos para empezar. Voy a hacer unas cuantas recetas de crónicos porque tengo un buen montón, y ya el primer paciente impaciente se levanta y se acerca a la puerta que a proposito he dejado entreabierta.

  —­­­­­­­­­­­­ Espere un momentito a que termine de arrancar este cacharro —miento.
­­­­­­  — ¡Ah! Vale. Espero.

https://scontent.fmad6-1.fna.fbcdn.net/v/t1.0-9/317908_10151257175997798_1257509651_n.jpg?_nc_cat=109&_nc_oc=AQkeNIgk7QUDuzEmT6LiCyHl2UVfHSkbvR8AS3VtcOKeWD4jl40jnnOHU0TvJF4ibgw&_nc_ht=scontent.fmad6-1.fna&oh=2bb079a298d9af43727fec7e9b04f09f&oe=5DF9B589  La impresora, una HP; iniciáles tras las que se oculta lo que realmente pienso sobre ella, me dedica como cada mañana; pillandome aun así de sorpresa, su particular buenos dias. Con un espantoso ruido electromecánico, que hace retemblar toda la mesa, engulle la primera receta reteniendola a continuación en sus abrasadoras profundidades. Asi que tengo que abrir la tapa, extraigo el carro del toner y la unidad fotoconductora, y comienzo a tirar del papel perfectamente bien atrapado; que por suerte esta vez consigo extraer sin que se fragmente, tras haberme teñido, eso si, las puntas de los dedos de negro. Después funcionará más o menos bien aunque lentiiiisima y, de forma azarosa, me regalará con otra de las gracias de su repertorio como volver a atascarse y una que es genial: hacer un bucle y llenar la cola de impresión de infinitas veces la misma receta con la pretensión de irlas imprimiendo todas (os ahorraré los pasos que hay que dar para solucionar este desaguisado. si alguien tiene interés que me lo pida y le envio un tutorial).

  Consigo hacer solo unas pocas recetas; gracias a todos los impedimentos del demoníaco programa informático gestor de consulta que mente humana perversa haya podido jamás pergeñar, antes de llamar al primer paciente (la mayoría de días será el único al que atienda a la hora que está citado).

  —Pase usted Juan...

  Y da comienzo el rosario de usuarios, tan iguales todos, tan exclusivo cada uno... Conozco sus nombres completos, pero voy llamandoles familiarmente por el de pila:  Fulgencios y baldomeros, sebastianas y cristetas exiben su rareza onomástica con wilson-bernardos y gladys-alicias; bindanges y ebutos; gnadieskas y stanislawes; fu yines y li shanes, mohamedes y aishas...

  La mayor parte del tiempo lo dedico a desfacer entuertos burocráticos, todos aquellos de los que el resto de los profesionales; más avispados que nosotros, hace tiempo que se desentendieron y que día a día casi están consiguiendo hacerme olvidar mi condición de médico.

  Recetas para tres meses "que me voy al pueblo", las recetas que no quiso hacer o hizo mal el epecialista, las que no le hicieron en la urgencia del hospital, las que tampoco le hicieron en el SUMMA 112, las de "le pido un  favor" de la sociedad privada, las de la automedicación, las de "consulte a su farmaceutico", las de "me han dicho en la farmacia que esto lo han retirado", las de "se ha equivocado, yo no soy pensionista" o "yo si soy pensionista", las de "se me ha pasado la fecha", las de  "las he perdido" o "me las han perdido", las del visado de inspección, las de estupefacientes, las de MUFACE, las de ISFAS...  Y esto en lo que respecta solo a las prescripciones; yo prefiero llamarlas "cupones reintegro", que también está el resto del papeleo: las bajas que debería de controlar el especialista, informes y justificantes para las cuestiones más peregrinas que pueda uno imaginar, partes interconsulta que genera el especialista y no le da la gana de hacer...

  El que genero yo mismo he de admitirlo como inevitable, pero el que, con el paso del tiempo, va minando mi moral y ensombreciendome el caracter es el otro, el que nos han endilgado de los otros estamentos por pusilánimes y mediocres que somos.

  Pero, ya basta de listados de penalidades; ya me he extendido bastante en lo que todo el mundo conoce sobradamente. Tampoco quiero hablar de esos pacientes que han confundido el día de la cita o los acompañantes que "de clavo" te hacen una consulta, ni de los que te piden recetas para un familiar que no se ha citado, ni de las "llamaditas" de la Inspección Medica en plena consulta, ni de...

  Para ser sincero, hoy ha sido un día más y, como tal, ni haciedo el mayor esfuerzo conseguiría recordar si he experimentado algún hecho a destacar.

  Sí, ha habido algo que ha tenido cierta gracia:  Un paciente, victima de la curiosidad, me ha dicho no entender porque el clopidogrel necesitaba ser visado. No he podido evitar una sonora carcajada.

  —Amigo mio. Primero quiero agradecerle la pregunta, porque con ella me ha alegrado usted el día. — y continuo explicando— Éste es solo un ejemplo más de tantos y tantos despropositos de La Administración. Si no recuerdo mal todo comenzó con un medicamento; todavía vivia Franco, que se llamaba Tiklid®. Ni siquiera se si aun sigue vigente. Por entonces tal vez tenía algun sentido el visado por los riesgos potenciales y por su precio más elevado que la media de los que se prescribían. Después siguieron apareciendo medicamentos más modernos de la misma linea, más seguros y proporcionalmente más baratos, y, sin embargo, siguen sujetos a la necesidad del visado.

  — Dice usted —seguí explicando— no saber porque se tiene que visar el clopidogrel. Pues yo estoy igual. Pero además le puedo asegurar que si hicieramos la misma pregunta al inspector médico, al consejero, a la ministra y a La Santisima Trinidad comprobaría que tampoco tienen ni idea o nos darian alguna explicación nada convincente.

  —¡Ah!, ya se —dijo el hombre, y añadió con extraña clarividencia— de esas cosas que alguien puso en su momento y que ahora por inercia nadie las quita...

  Y no sigo porque este me parece un bonito tema para desarrollar en otro apartado.


13 mayo, 2012

La llamada: Vocación de médico



La llamada
Vocación, del lat. vocare: llamar. Término del que pretende ostentar la exclusiva la doctrina cristiana, aunque en mi caso creo que no fue ni ese ni ningún otro dios el que me llamó. Ni tampoco bastó en mi caso una sola llamada sino que hubo varias en el transcurso del tiempo.

  La primera bien pudo ser ese cómplice guiño miope del repeinado personaje de uno de los cuentos preferidos de mi infancia. Con una mperturbable e inconsciente vocación infantil, no me arredré ante la visión premonitoria de un pobre médico solitario, cargado hasta los topes con ¡dos! maletines, paquete de algodón, tensiómetro, fonendoscopio..., como anunciando: te lo vas a tener que montar tu solito. 

  Fue por entonces cuando inicié por primera vez mis "prácticas". No recuerdo bien si llegué a realizar un solo diagnóstico brillante, ni si apliqué alguna terapia con éxito, pero no olvidaré nunca aquel mágico fonendo. Aquellos cuentos solían ir acompañados como reclamo de algún objeto de juguete como reclamo y, en este caso era un fonendo. 
 No llegué a percibir nada interesante que no fuera; lo que mo dejaba de sorprenderme, como en las caracolas, el sonido del mar. Yo, sin embargo, aplicaba el artilugio a cualquier semejante e incluso animales o cosas que se  pusieran a tiro.

Cuando jugábamos a los médicos; uno de los juegos preferidos de cualquier infante que se precie, la posesión de aquel rudimentario instrumento me convertía automáticamente en el "jefe de servicio" del grupo de amigos.

  Bajo mi eficaz dirección nuestra "clínica" fue dotandose de todo lo necesario para una atención integral del paciente. No resulto demasiado dificil conseguir algodón, esparadrapo, gasas, tiritas y vendas que reutilizábamos una y otra vez en nuestras curas y, cuando ese preciado material escaseaba, recurríamos a nuestros pañuelos no siempre necesariamente limpios.

Conseguimos unas tijeras que, con inusitada prudencia tratandose de quienes eramos,  solo utilizabamos en los muñecos de las niñas. Por cierto que yo era el encargado de administrarles a éstas; y preferentemente a ellas (pero de mis precocidades ya hablaremos en otra ocasión) las precisas inyecciones con lo más parecido a una jeringa que pude encontrar: una vieja pluma estilografica de aquellas que se cargaban mediante un émbolo. Más tarde abndonaría mi "ejercicio profesional" durante años.

  A lo largo de mi periodo escolar no hubo ninguna llamada, o la linea siempre estaba ocupada, pues de aquel entonces solo recuerdo que para unos Reyes pedí esa Anatomía Humana tan cutre. Sin embargo, durante aquellos años, como a cualquier muchacho, todo me atraía y cada día elegía una profesión u ocupación diferente; si bien es verdad que empezaba a marcarse en mi una especial predilección por las ciencias y también por las niñas.

  A la llamada de mi eclosión hormonal (y tal vez feromonal) se unió la del reclamo de los tele-doctores Marcus Welby, heterodoxo médico general interpretado por un añoso Robert Young, que tenía un chulescamente motorizado joven ayudante y, sin embargo, una práctica más académica que su jefe; un buen modelo a imitar, y sobre todo Joe Gannon (Chad Everett), cirujano del Centro Médico, que resolvía todo tipo de casos quirúrgicos, médicos, sociales y hasta policíacos y que se metía en todos los fregados y, a ellas, dentro y fuera de la pantalla, se las traía de calle. 

  Durante un tiempo me peinaba como él y llevaba sus mismas horteras gafas de sol amarillas. Lo tenía bien claro: sería un médico al estilo Welby, pero ligando como Gannon.
 
  Sin embargo, esas excelentes expectativas no evitaron que, influenciado por familiares y amigos; no dudo que bienintencionádamente, me matriculara en Telecomunicaciones; y todo porque una vez fui capaz de hacerme mi propia radio de galena.

No desperdicié del todo aquel curso. Amén de perfeccionar mi juego de billar y, gracias a todo el cine que deglutí a once pesetas, programa doble, en el Metropolitano, hoy puedo presumir de mi condición de cinéfilo. Además aprové un parcial de química y otro de dibujo lineal.

  Cuando ya estaba barajando en serio la posibilidad de no hacer ninguna carrera y dedicarme de pleno al negocio familiar, lo cual hubiera hecho muy feliz a mi padre en mi condición de primogenito, surgió un hecho desafortunado que marcó definitívamente el camino que había de seguir. Mi hermano, seis años menor que yo, fue atropellado por un automovil que le produjo fractura de olecranon, y requirió de una intervención quirúrgica que le obligó a permanecer ingresado en el hospital alrededor de una semana.

  Mis padres y yo le cuidabamos todo el día y nos turnabamos para quedarnos con el por las noches. Durante todo aquel tiempo veía el quehacer del personal sanitario, mi curiosidad estaba como desbordada. Observaba las radiografías y los tratamientos y las curas y como los aplicaban sin que aquello me resultase extraño, como si lo comprendiera todo a la perfección, como si lo que alli se cocía fuera de mi incumbencia desde siempre. 
  
  Por las noches, cuando mi hermano conseguia dormirse, me unía al personal de guardia, que terminaron por admitirme probablemnte como un mal menor, pero entre los que yo me sentía uno más.  Compartía con ellos cafe y galletas acribillandoles a preguntas.

  Durante los dias que siguieron, tras esa definitiva; ahora lo se, llamada en forma de revelación, me sentía como si estuviera a punto de sucumbir ante una adicción que había estado evitando por miedo a que se apoderara de mi ser por completo.

  Después aun tuve que luchar contra alguna que otra traba familiar y administrativa, pero desde entonces podría decirse que todo ha sido un paseo por una ruta más o menos bien trazada.

  Hasta aqui esta condensada bioografía profesional, que ni por un momento presumo sea de especial interés salvo como ilustración a las preguntas que, como complemento a la que encabeza este apartado, se me ocurren:

  • ¿Existe de verdad eso que llamamos vocación?
  • ¿Será genético "lo nuestro"?
  • ¿Que es para mi la medicina: una profesión o un trabajo?


09 mayo, 2012

En busca del tiempo... I. Este blog

  Me parece mentira, pero hace ya más de siete años que comencé (y tan solo eso hice) la publicación de este blog. Después me olvidé de él.
  Gracias a la eficacia de los administradores de los recursos de Internet, cuando ya lo daba por perdido y me planteaba crear algún día uno nuevo, lo he recuperado y ello me ha impulsado a continuar hoy lo que tan solo esbocé entonces.
  A pesar de que las herramientas para su creación y edición se han simplificado a lo largo de todo este tiempo y, por tanto, no parece tan difícil conseguir publicar e incluso darle un aspecto vistoso, sigue costándome a partes iguales tanto su manejo como acabar de encontrarle la utilidad divulgadora que sin lugar a dudas ha de tener.
  Siete años han pasado y, sin embargo, la idea con que lo inicié; que en el titulo de manera no poco explicita puede ya adivinarse, sigue hoy igual de vigente, lo que no deja de ser lamentable.

 Pero no hay que preocuparse; no digo yo que algún otro quejido se me escape; como afectado que soy, que sin  querer despierte la lastima del ajeno y atraiga la connivencia del propio, pero, ante este pésimo mundo, aun me siento lo suficientemente optimista como para complacerme también en regalar alguna que otra varieté cuando se tercie.

  Voy a edificar este blog poco a poco como nuestros ancestros  construían lo que había de durar para siempre: con una de cal y otra de arena.

Alfredo Falcó Sales, 2012