21 septiembre, 2012

Hoy en la consulta IV. El precio de las vacaciones

   Tras mi periodo reglamentario anual de unas; permitaseme la inmodestia, merecidas vacaciones, hace tres días que me he reincorporado y; sin sorpresa alguna por mi parte, me he encontrado lo de todos los años anteriores: afluencia masiva de mis incondicionales pacientes con peregrinos, cuando no ininteligibles motivos de consulta a pesar de, no pocos de ellos, haber sido atendidos previamente por otros colegas en el propio centro de salud o en el hospital. Para mayor inri el primer día tenía turno de avisos (solo tuve uno, pero el desarrollo del mismo merece un articulo exclusivo) y ayer de urgencias. Es lo que en nuestro argot llamamos "pagar" las vacaciones.

   Además me he encontrado con los correspondientes empeoramientos, que las autoridades sanitarias han hecho gala de saber aplicar, en los tramites administrativos durante las escasas semanas en que me he ausentado.

   No obstante, dadas las circunstancias, creo que lo estoy llevando excelentemente. Prueba de ello es que en lugar de penas me he animado a publicar las dos anecdotas más recientes; precisamente de hoy, antes de que se me olviden.

   Veo a una señora a la que una semana antes han atendido en la urgencia del hospital por un dolor lumbar, que se acompaña de una imagen radiológica en el lado sintomático, sobre la que surgen dudas diagnósticas entre una litiasis o un flebolito. Aun persiste algo de clínica; aunque leve, y en analítica practicada días antes presentaba una orina con alteraciones en el sedimento.

   —Voy a tramitarle un cultivo de orina y un abdomen simple ... —anuncio; y antes de poder seguir me interrumpe.
   —No, por favor, pídamelo complejo porque a mi siempre se me complican las cosas...

   Algunos pacientes después veo a una de mis octogenarias pluripatológicas, cuyo problema principal en la actualidad son episodios de disnea, que han motivado varias visitas a la urgencia del hospital en los últimos meses y, a mi juicio, tienen su origen en edema crónico de glotis y/o disfunción de cuerdas vocales, pero se han empeñado en tratarla como disnea de origen cardio-pulmo-neurológico, para asi acabar con un CPAP (tengo mis dudas sobre si indicado tras estudio polisomnográfico) que no la mejora ni lo tolera. No obstante, la última vez que ha estado en urgencias, alguien con buen criterio le ha pautado prednisona, la ha remitido al ORL y le ha dicho que no use el dispositivo si empeora con su uso.

   El caso es que, casi ya terminando de cumplimentar las prescripciones que acto seguido me solicitó, y mientras se quejaba rutinariamente de sus multiples dolencias, añade:

   —Y además a ver porque tengo yo que aguantar todo el rato la música esa.
   —¿Que música? —interrogo extrañado.
   — Esa que tengo todo el tiempo en la cabeza, esa de "¡Que viva españa!", la de Manolo Escobar.
   —Vamos a hacer una cosa —le digo en voz bien alta y acercandome lo más posible a ella para contrarrestar su monumental sordera— cómo le han dado ese medicamento en el hospital, que entre otras cosas le va a aliviar el dolor, de estas de tramadol de 100 se va a tomar solo una en lugar de dos. Y de las de paracetamol de 1 gramo trate de tomar también algo menos, y la cito para la semana que viene a ver si ha desaparecido la música o, al menos ha cambiado de canción —me permito bromear.

   Ahora estoy impaciente por verla de nuevo porque se me olvidó preguntarle si la versión era interpretada por el propio Manolo Escobar o algún otro cantante.

 Alfredo Falcó Sales, 2012